viernes, 15 de julio de 2011

La perra


Cuando tenía un poco menos que una edad, poco más o menos, adoptamos mi hermano y yo una perra. Precisamente mi padre y mi madre no. Se llamaba Shita, y era según, al parecer de mi hermano, una auténtica y genuina perra-loba procedente de los haskins siberianos. A menudo dudaba de esa afirmación, puesto que comprobé en un libro de historias de perros del norte, que tales perros eran grises y blancos,  y esta era marrón y blanca. Tras lo cual mi hermano resolvió que era un cruce de haski siberiano y perra –no-conocida, tal vez pastor alemán,  lo cual no le quitaba pedigrí, dado que tenía unas formas perfectas.

Porque Shita en algún idioma, significaba animal fiero o irreductible,
En algún idioma. Y como no había forma de adoptarla como perra la adoptamos como perra-casual. Ella estaba por ahí y nosotros la acariciábamos, hablábamos sobre ella, incluso hablábamos con ella, y esto constituyó una rutina de las tardes cuando ella entraba en ciertos lugares cercanos a mi casa.

¿Y porqué me vino el chiquito diciendo que Shita había vuelto? Que pasó un tiempo donde no se sabía nada de la perra. Si se había muerto, si la habían adoptado, tal vez la perra encontró su lugar, a menudo, sólo a menudo pienso en eso, porqué la gente va y viene en mi vida, acepto que mi memoria no tiene nada que ver, y que debo vivir con el presente. Yo le llamo sencillamente vivir, y tengo diez años, soy un niño, y no sé acabar la historia, además no tengo la menor intención de acabarla, levanto la malla por mí y por todos los compañeros, eso digo. Me niego a contarte esta historia.

¿Te he dicho que intento enfocar todo esto así? Que yo podría escribir todo, que lo podría explicar, dejando a un lector atento,  buscando que va a pasar mañana. De que te contaría alguna cosa que dejara tu corazón pendiente de un hilo herido, pendiente de mí, y nada más

Hice versos, Pero el niño de hoy, le toca enfrentarse, no lo sabe, no sabe del precio.
Desde la acequia mayor, que rodea el pueblo, donde se vierten todos los canales que, una vez tocados, cambian la dirección del agua.
El chico, recorre esa acequia todos los días,
Y se gira como siempre pensando en la chica,
Al chico le dieron tortas dos tipos, un día,
Otra vez fue él, con su cartera de cuero, quien machacó el occipital del niño, con violencia, con su maleta de cuero,
Así las dan y así las tomas, don Tomás.
Y la niña ya tiene senos emergentes.
Y uno se pregunta de qué están hechos los senos,
Y porqué me enamoro sin saber.
Aquí se pega o te pegan, contínuamente
A mí no me faltó nunca un niño que quisiera darme una hostia, a veces dos.
Dos tontos.
Pero el chico va y viene, y  no le queda odio ni tiempo para pensar en eso, los ve, no ha abandonado la ruta, y ocurre como siempre que los chicos le pegan. Él quizás está en vengarse alguna vez, por dignidad, pero ellos son francamente imbéciles y a él le aburre la venganza.
Tal vez lo hará algún día.
Algún día lo hará, no ahora, ahora solo está pensando como debe responder.
La venganza se sirvió fría, pero acabó conmigo en el hospital. Me decían porqué en vez de llorar no le había pegado. Pero mi mano sangraba incesante, me había clavado un boli en toda la vena, muñeca derecha, señal nueva, siempre perdiendo.

Así, el chico  se fue mas allá del tiempo, que es una premisa despiadada, fue expulsado, del centro.
desapareció Shita, me vino un niño diciendo que Shita estaba siendo apedreada, en un huerto de albaricoqueros, cerca de mi casa.
Yo bajé hacia la huerta, la huerta de al fondo.
No precisamente sé que estaba de más ahí,
Sólo vi que ya nadie me quería,
Había un pino, un pino que para verlo tendrías que ver el cielo. Un pino como no habéis visto nunca,
 y  vi unos sádicos de mi edad, que,  efectivamente estaban apedreando una perra, escondida en un túnel de riego.
La niña que me miró, ya no me mira, la de los ojos de antes, azules, ya no me mira.

Yo tuve miedo, lo pensé: no saber si yo podría dar la medida, lo que yo era capaz de ser. Sí, tuve miedo. Pero hoy me toca ganar una batalla, la visualizo, veo qué voy a hacer, son demasiadas pedradas por el camino. Había un pino, yo no sé porqué ese pino tan grande y tan alto, orientado al infinito me estaba dando leyes. De lo de la perra, de por qué las piedras no me daban, de porqué había un pino, pero no un pino pino cualquiera, sino un pedazo de pino muy alto, orientado al infinito,
No se sabe a qué leyes.
¡Te imaginas un pino que mira al infinito!
Cerca de ahí me pegué tantas veces,
Me hice fuerte y de respetar,
Pues aún recuerdo la última piedra en la frente,
Me la tiró un chico, se estila en aquel pueblo, que si tu le dices cualquier cosa que no le parezca conveniente, va y te coge una piedra del suelo y te la clava en la frente. Dos veces me pasó. Cuando él estaba machacado me regaló una de esas heridas, yo le había humillado mucho, pues soy chulo, no reniego de lo que soy, pero el malvado aún tenía una piedra cerca, la cogíó y me la clavó en la frente. Empecé a sangrar, vino un hombre y me dijo que no llorara, que no llorara, que lo había visto todo y que ese niño empleó una piedra, arte indigna, cuando todo eran tortas.
Yo lloraba,

Y es que Shita había parido una camada de tres perritos, otro más ya muerto por las piedras, y ella protegía con su lomo esa marabunta de riscos volando en aquella tubería. aquella tubería pensada para regar.

Cuando comprendí el suceso tomé las decisiones que contribuyen a armarme de chichones, aún me pregunto porqué, por qué lo hice, porqué lo hago, porqué quizás mañana me la juegue. Shita, Shita, mientras la miraba a los ojos , ella sale del túnel y ahora odia todo lo que está pasando, pero ella seguramente no seria perra salvaje, sino perra en contacto con el hombre. ella se calmó, y me miró diferente, mientras la miraba a los ojos, yo tenía tal vez diez años, más años que esa perra-loba furiosa que me enseñaba todos sus dientes, una haski siberiana, posiblemente mezclada con pastor alemán.

Aún la imagen de algún perro ahorcado entre los albaricoqueros
Aún perdura, perro muerto colgado, Me hizo fuerte de más,
Ya no tengo miedo, ahora he mirado tras la tubería, si, una perra pone su cuerpo para defender a su camada, ahora ya no tengo miedo.
Sí, no tengo miedo, he escogido dos piedras, algunas todavía vuelan a mi alrededor, pero hoy soy Chazán el Magnífico, y el último mohicano, y el capitán Trueno. mientras las consigo, dos piedras grandes, bien elegidas, no tenía miedo. Entiendo que puedo recurrir a varias que no entraron a la alcantarilla, pero yo ya no tenía miedo, quería dos piedras de verdad,  no me dio tiempo a arrojarlas a nadie, los niños corrían, pues de pronto yo era Hércules amenazante, y no cabía sino matar o morir por la puta perra.



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