viernes, 30 de septiembre de 2011

Equívoco II: ¡ábridme, cabrones!

Tal vez estuviera un poco aturdido aquella noche que llegando a su casa tocara el timbre, y no había más que silencio. Una pausa inesperada que le dejó en una posición extraña. Estaba en su casa. No tenía llaves. Nadie abría la puerta. En la casa, se su pone, aguardaban a abrirle dos personas, la una su amiga, el otro su cuidador.
Él, el minusválido, se había ofrecido a traer alguna cosa de comer del bar de abajo. Con un andar imposible, muestra abstracta de lo que es caminar en una persona, en donde cada extremidad va a su bola, y apenas se sabe cual sería el próximo movimiento.
Pero hoy estaba particularmente feliz, algo le había estimulado hasta el punto de salir con sus propios pies, con dos cojones.
O como en la balada para un loco: mezcla rara de penúltimo linchera, medio melón en la cabeza, y una banderita de taxi ¡libre! En cada mano.
Así que consiguió hacerse entender en aquel bar, que disponía de confitería, y se hizo de una bandeja de empanadillas. Era fácil, sólo tenia que bajar y comprarlas, estaba en el mismo edificio, solo girar a la derecha, ahí estaba el bar-confitería con sus pasteles y sus empanadillas.
Cuando llamó al portero automático le abrieron, luego, con sus manos, llenas de bandeja imposible de llevar, tuvo la independencia de sentirse orgulloso. De sentirse bien. Le habían entendido en el bar de las empanadillas y ahora triunfante subía por el ascensor.
Pero llamando a la puerta nadie le abría, al principio pensó que estarían despistados y debía insistir, pero por muchos esfuerzos que hacía por tocar el timbre de la puerta no se sentían pasos, no pasaba nada, sólo un silencio cada vez más incómodo.

Estaba sólo, delante de la puerta, y empezó a pensar que su amiga y su cuidador le estaban jugando una broma de mal gusto. Se puso nervioso. Perdió la paciencia y, como su bandeja de empanadillas le impedía hacer algo más, aporreó la puerta con un pie. Al principio suavemente. Después con rabia.

-¡Abridme, cabrones!
Y después otra vez.
-¡Abridme, cabrones!

Y es que no todo el mundo quiere dejar de ser minusválido en este mundo donde todos somos minusválidos, y despreciamos sin contemplaciones y por miedo cualquier posibilidad.

Con las últimas patadas, al fin, tras la puerta, una voz anciana gritó.

-¡Vallase!, ¡O llamaré a la policía!

Efectivamente, por un descuido, subió al piso equivocado, de pronto se dio cuenta de que era el segundo, como era el segundo su viejo piso, el de toda la vida, el de sus padres, el de toda la vida. No el tercero. Se dio media vuelta y cogió el ascensor.

Todo esto no hubiera sido más que una anécdota, pero al fin y al cabo, no se sabe como, llegó la policía. No se sabe como entraron en su casa, no se sabe cómo, dos chicos del este con presuntos papeles y un minusválido tetrapléjico estaban sometidos a un interrogatorio. La policía investigó el asunto durante una hora:
¿por qué están aquí? ¿Cuál es su domicilio? ¿Quién es el dueño del piso? ¿Alguien ha matado a alguien?
Buscando un delito tal vez, un delito que sin duda cometieron.
Se juntaron dos chicos del este y un paralítico en un piso del que no tenían contrato.

Sólo vale la pena, aunque sea un poco triste, el ver al minusválido levantándose de la silla para decir, con voz atrancada: ¿cree usted que yo podría hacer algún daño a esa mujer?
La policía lo investigó, no tenía antecedentes por atropellar con su silla de ruedas a nadie. Los chicos del este, carecían de antecedentes penales. Eran una familia muy rara.
Dos chcos jóvenes del este y un español minusválido.

Equívoco I: Un extraño elemento en el sujetador

Cuando mamá se levantó y fue a coger su ropa algo muy desagradable había pasado.
Quiso pensar que un mareo ocasional al incorporarse le hacía jugar con su mente, y que sin duda, esa mierda en la copa izquierda de su sujetador era sólo el producto de su malestar.
Y no tuvo más remedio que sentarse, para reconocer sin duda, que una miserable sombra de color marrón se mostraba aún.
Se tumbó definitivamente, pensó que no estaba bien, que tener más de noventa significaba perder quizás la razón, que hasta ahora le hacía no preguntarse cuanto debería vivir. Buen oficio, más allá. Que ahora no, que se le había torcido el entendimiento.
Tumbada en la cama cerró los ojos quince minutos.
Al levantarse la mierda estaba ahí, justo en la copa izquierda del sujetador. Un cuerpo blandengue y marrón.
La ventana estaba abierta. Tal vez fue por eso, algún extraño animal. Vete a saber que mierdas cagan los animales por la noche. No se sabe.
Se levantó. Se sirvió de otra prenda.
Mientras sus hijos ya  habían venido, ahora en el salón hablaban de las cosas mundanas, de la crisis, del tiempo, a veces hablaban de todo sin coordinación.
Sólo cuando se fue su hijo mayor, se atrevió a hablar. De porqué estaba en silencio hasta entonces, ahora debían saber el secreto, ahora sabrían el drama donde amaneció, sin entender si estaba perdiendo el juicio. Pero no con su hijo mayor. Le daba vergüenza que supiera que se le iba la cabeza, y quería protegerlo.
-Ahora que se ha ido, tengo que deciros una cosa:
Ha aparecido una mierda en mi sujetador.
Sólo la hija tiene la intuición de que la madre no se vuelve loca de pronto, de que todo tiene una explicación, una que no se sabe cual es.
Por una parte hay que despreciar las cagadas de palomas y de murciélagos, pues son pequeñas, y sólo un perro podría haber hecho algo así.
Pero no hay perro y sólo queda investigar otras posibilidades.
Quizás mamá esté enferma, pero no me lo creo si ayer estaba tan pancha, cenando y riendo, y tomando postre.
Investigado el sujetador, se ve una amplia muestra de lo que en su día fue la mierda.
No hay duda de que algo marrón ha pasado.
De las pruebas que se hicieron con la mierda, resumió con pulcritud, que descubiertos los restos del mismo material en aquella blusa que llevaba ayer en la cena, cuando plácidamente saboreaba aquella Mouse de café, no cabría nada sino mirar a su madre y decirle: No, hoy mamá, no estás loca, es que se te ha caido la Mouse entre el escote.
Porque las tetas caen y el sujetador permanece coqueto en aquellas mujeres imposibles, donde la fantasía y la imaginación siguen vivas cien años.