sábado, 2 de febrero de 2013

Equívoco III: La maestra rubia y la maestra rubia se citan en el consultorio médico.



Un buen día la maestra rubia y la maestra rubia coincidieron en el consultorio médico. Ambas se miraron, miraron como miran las maestras rubias, pero esta vez delante no había cinco ni veinte ni treinta alumnos, sólo la puerta del fondo podían evaluar. Como no quedaba otra cosa se miraron. La maestra rubia le dijo a la maestra rubia que hacía buen tiempo.
-Hace buen tiempo.
-Para mí hace un poco de calor y de frío al mismo tiempo. De hecho estoy descontenta con el tiempo, siempre.
-Pero su cara me es familiar, no se, tal vez usted, en su tiempo descontento pudo haber sido amiga mía.
-No tengo el gusto de conocerla. Y me duele el pié, siempre que el tiempo cambia me duele el pie.
-¿No tendrá usted gota?
-No, es que no hablo con desconocidas.
-Entonces me presentaré: Soy La bella Lisismunda, profesora de ambrosías y néctares divinos por la Universidad de la Cumbiamba.
-En cambio yo no, ya ve, aquí me ha pillado.
-¿Pero no me reconoce?
-¿Porqué? No la he visto en la vida.
-Pero esas mismas manos, me suenan de algo. Tal vez usted y yo tuvimos que ver en otro tiempo. ¿Ha sido usted leñadora o transformista?
-No.
-Lo ve, yo tampoco, ¿Porqué no hace un esfuerzo?
-Está bien, hace buen tiempo.
-¿Ha viajado usted a alguna parte?
-¿Se refiere a en cuerpo y alma?
-Sí.
-Yo también, yo también, lo ve, usted y yo hemos hecho las mismas cosas todo el tiempo.
-Hoy sí, hoy estamos esperando en la consulta.
-Pero no ahora, antes.
-No la conozco, créame, su cara me es imposible de recordar.
-Pero hay algo en usted, no sé, ¿podría usted simular una mariposa con sus dos manos?
-Podría.
-Hágalo.
Entonces la chica rubia engarzó los pulgares y palmeó las manos. Como sin pensarlo se levantó de la silla y simulando el vuelo dio un recorrido sereno por las sillas. Se posó.
-¿Así esta bien?
-Ve como la conozco.
-Todo el mundo imita el volar de las mariposas de la misma manera.
-Pero no con la misma amabilidad que usted, usted se levantó y luego dejó que la mariposa se posara en aquella silla.
-Ah! No, yo no haría eso, eso es cosa de familia, en mi familia las mariposas revolotean y se posan en sillas, nos viene de herencia genética.
-Entonces era eso, yo conozco a alguien de su familia.
-Sí, es posible. Pero no me ha hablado de usted y de cómo conoció a mi familia.
-Porque soy el Huésped del Sevillano.
-Se refiere a la Zarzuela, ¿a algún personaje?
-No, en general yo soy la el Huésped del Sevillano.
-¿Me lo puede demostrar?
Entonces la chica rubia se transformó en cabo de andas y cantó con voz de tenor:
“El cabo de andas, que fuiste a la guerra…”
-Es curioso, mi hermana me habló de algo así.
-¿No me diga?
-Sí, un buen día me dijo que nuestros destinos serían como vidas paralelas, pero que en un espacio del tiempo, desapareceríamos y seríamos la una por la otra, esperando en una consulta…y que una chica rubia se convertiría en la Zarzuela llamada el Huésped del Sevillano.
Entonces ella se convirtió en un pelotón, y le hizo los coros.
-¿Cómo se llamaba su hermana?
-Como se llama, querrá decir.
-En aquel tiempo ¿se llamaba igual que ahora? ¿Sigue siendo la misma?
-¿Se refiere a el hecho de que las personas que ocupamos un espacio y un tiempo cambiamos continuamente y no podemos coincidir en nosotros?  O simplemente se refiere al pensamiento general, es decir, que nosotros somos los mismos siempre
-Sí.
-Entonces se refería a eso.
-Sí, hasta hace poco era usted una mariposa y yo una Zarzuela.
-Mañana no. Mañana no seré la misma, habré volado. No soporto ser la misma todo el tiempo.
-Seamos pues dos maestras rubias a la espera, en un consultorio médico.

Luego llamaron a la maestra rubia de la derecha. Ella se despidió de Ella. Y ahí se acabó la historia. Al irse la maestra rubia le dijo a la maestra rubia que sí, que realmente la había reconocido, pero por timidez no le había hecho antes lo de la mariposa. Ella se quedó pensando que tal vez debería haberle contado antes que no era Lisismunda enamorada, ni una Zarzuela, que ahora era Filoctetes, el poseedor de las armas de Heracles.

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