Se dejó caer en el sillón orejero, ella lo había hecho traer de casa de sus padres; le gustaba aquel sillón en el que podía reclinar la cabeza y dejarse llevar por el sueño. Allí había visto a su abuelo cientos de veces, sentado leyendo su periódico. Cuando ella se acercaba él la sentaba entre sus piernas y le decía:
- ¿Hacemos el caballito?
– Sí, abuelo, pero que vaya rápido, ¡muy rápido!
Ella era la princesa del cuento que huía del dragón temible y aquella aventura subida en el caballo terminaba entre risas y besos y cayéndose al suelo.
…Adoro aquellas risas, aquella alegría de la infancia y busco algo en lo que reconocerme de aquella niña, que con las mejillas coloradas entraba directa a la chimenea encendida, al calor de aquel hogar que mas que ninguno yo consideré mi casa en aquellos pequeños años.
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